En la Córdoba Romana existieron edificios colosales, cabe recordar los tres mas significativos: el Anfiteatro, descubierto recientemente en el lugar que ocupaba la antigua facultad de Veterinaria; el Teatro que se ubicaba en la plaza de Jerónimo Páez aprovechando la pendiente de la cuesta de Pero Mato, y el espectacular Circo a extramuros de Córdoba en las espaldas de la iglesia de San Pablo. Existieron templos majestuosos como el de Claudio Marcelo, plazas indescriptibles y palacios admirables como el de Maximiano Hercúleo.
De la Córdoba Árabe poco hay que decir que no sepamos, además de su gran Mezquita-Aljama, los cronistas nos hablan de hermosos palacios como el de Al-Zaira, Rusafa, o los conocidos de Medina Azahara y el Alcázar Califal, hubo también almunias, puentes... etc.
En época Cristiana se hicieron espirituales iglesias, de gran ornamentación, casas nobiliarias, todo dentro de un entramado urbanístico singular, calles que confluían en plazas pavimentadas con cantos rodados y salpicadas de abrevaderos y argollas.
Todas estas culturas recordadas potenciaron la construcción de colosales murallas, que permitían por una parte defender la urbe, y por otra servían de control para el pago de impuestos, así como de cinturón sanitario según el pensamiento de la época.
El cordobés contemporáneo debe transmitir a las generaciones venideras este legado, como el producto de una civilización pasada, por otra parte ofrecer el resultado de la suya propia. Pero ¿ que vamos a legar a la posteridad?.
Heredaran nuestros hijos una Plaza Mayor Castellana denominada “Corredera” decorada con unas farolas y un pavimento que insultan a la estética .
Heredaran nuestros hijos unas amplias avenidas llenas de vehículos que discurren por el antiguo trazado de los lienzos de muralla, levantadas por nuestros antepasados.
Heredaran casas nobiliarias remodeladas con escaso gusto, que en nada se asemejan a su origen, casas de nuevos burgueses que mezclan estilos, emplean con desmesura la balaustrada y fusionan lo infusionable.
Heredaran nuestros descendientes edificios como el de ” Creusa” en las Tendillas, que deteriora el entorno modernista del lugar.
Heredaran plazas llenas de vehículos y trafico rodado. Heredaran un pavimento en el puente padre cordobes y un mobiliario urbano nefasto, increíblemente desacertado.
No heredaran sin duda la visión de ese magnifico palacio de Maximiano Hercúleo, ni los restos de los arrabales de poniente de época musulmana que pronto se destruirán. Tampoco la parada de caballos sementales de Caballerizas Reales, trasladada a Ecija, ni la fuente de la calle Madrid desaparecida a raíz de unas obras en el edificio donde se apoyaba, ni la escalera del antiguo Ayuntamiento, tampoco el Arcángel del viejo estadio de fútbol que durante tantos años franqueo su puerta principal.
No heredaran asimismo las imágenes religiosas de vírgenes y santos que se encontraban en cualquier rincón de la ciudad, ni la multitud de cuadros en las fachadas de los hogares más fervientes.
No podemos permitir que nuestra cultura, nuestra forma de vida, vaya desapareciendo por la desidia senequista de este pueblo.
Hemos de conservar nuestras obras importantes como son estos estupendos paseos de RENFE, balcones del Guadalquivir, la peatonizacion del Puente Romano, que son buenos frutos de nuestra época, potenciar los espacios libres de vehículos del casco histórico, y transformar otros elementos menos afortunados como es el nuevo puente Feo, Córdoba no puede parir esos batracios que la abstraen, contaminan y desmerecen, el Puente de Miraflores o del Rastro ha infectado nuestra ciudad con una estética siderúrgica propia de ciudades de hierro, ásperas, lejanas del regionalismo andaluz, y de esa estética de flores y cal, de rasgos árabes y romanos, grácil y milenaria.
No se me ocurre una solución ingeniosa para reparar este agravio, tal vez si lo encalacemos y lo decorásemos con macetas plantadas de geranios y gitanillas, se asemejase a ese cordobesismo tan universal y del que tan distante se encuentra esta estructura atablonada de rubio oxido.
Y finalmente ese hotel “acolmenado”, agujereado como el conocido queso francés, oscuro, descompasado con el azul turquí de nuestro cielo, desarraigado de la monocromía blanca cordobesa, tal vez estemos intentando sustituir ese legado de casas encaladas por el férreo color de estructuras que nos alejan de nuestras raíces.
Tal vez alguien tome nota.....
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