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jueves, 14 de octubre de 2010

La necropolis Ibera de Córdoba

    


    No son muchas las personas que conocen que la antigua corduba no se ubica exactamente en el lugar que lo hace nuestro casco histórico, es mas aun deben pasar muchos años para que esta iguale el tiempo de existencia que tuvo aquella. 
    Sabemos que la ciudad romana se fundo aproximadamente en el 154 a.c. por el general Claudio Marcelo, pero antes de esta fundación ya existía desde hacia mucho tiempo Córdoba, no muy lejos de allí, mas a poniente, separada de esta por un arroyo y unas hectáreas de tierra, en lo que actualmente conocemos como parque Cruz Conde, arqueológicamente hablando " la colina de los Quemados".
     Existió así pues en nuestro solar una " Dipolis o Diapolis", doble ciudad, la primera ocuparía zonalmente  lo que actualmente es nuestro casco histórico, donde habitaron la población romana y otra en esta Colina de los Quemados, ocupada por la población autóctona, nativa que estaban antes de la llegada de los latinos, que bien podíamos denominarlos como Iberos. Esta ciudad, poblado o como queramos designarlo parece que no compartió vivencias con la ciudad romana hasta un periodo muy posterior.
             Nuestra comunidad Ibera que durante muchos siglos, según se desprende de la estratigrafia hizo vida en esta ubicación, tenia unas formas de construcción sistematizadas y unas distribuciones simbólicas propias de su civilización.
     Los Iberos siempre solían crear una ciudadela donde practicaban su vida cotidiana, esta se desarrollaba normalmente en las cercanías de un río, arroyo...etc. En este caso esta claro que el río era el Guadalquivir, que en esa época debió denominarse "Tartesos o Certir", pues bien en la configuración urbanística  de esta civilización estaba asentada la idea de que una parte de la orilla del mismo se correspondía con la " Ciudad de los Vivos" y la otra con la de los muertos
    Los Iberos concebían el río como el transito desde la ciudad de los vivos a la ciudad de los muertos, que en el caso que nos ocupa y por puro racionamiento geográfico debería estar al otro lado del viejo río, o lo que es lo mismo en las proximidades de la "Alameda del Obispo, la Torrecilla, Cordel de Ecija...". 

    Este hallazgo arqueológico aun no se ha producido y baste recordar que esta cultura solía enterrarse en la mayoría de las ocasiones con todo el ajuar, recordemos las falcatas ibéricas inutilizadas observables en el museo arqueológico. 
    Probablemente si se produjera el hallazgo de esta necrópolis, sin lugar a dudas se trataría  de uno de los mas importantes descubrimientos arqueológicos del S. XX y SXXI, dada la importancia y dimensión de esta ciudadela cordobesa.

2 comentarios:

Rafa dijo...

No estaría de más hacer vuelos prospectivos...
A ojo de altimetría, condudctividad eléctrica y/o humedad, incluso muchas veces a simple vista, salen a la luz hallazgos arqueológicos sorprendentes.
Corduba, hay que decirlo claro, bien puede ser una de las ciudades más antiguas de Europa y del mundo.
Por el momento, que se sepa, es el único caso en toda Europa de una ciudad asentada en un mismo solar durante más de 7 milenios de forma ininterrumpida.
Un abrazo. :-)

José Manuel Molina dijo...

Los iberos practicaban el rito de la cremación, que habrían asimilado a través de los fenicios o bien a través de las gentes de la cultura de los campos de urnas.

Mediante este rito se colocaba al difunto vestido sobre una pira que ardía a veces más de 24 horas, tiempo durante el cual arrojan a la hoguera sus pertenencias más significativas. En algunos casos se supone el consumo de vino por parte de la comitiva que acompaña a un difunto; la abundancia de copas griegas depositadas rotas y boca abajo junto a la tumba puede indicar la costumbre de la libación en honor a los muertos más insignes. Después de la cremación las cenizas son introducidas en simples urnas cinerarias hechas en cerámica y que responden a varios tipos. Uno de los más comunes es la urna con forma de copa y tapadera, sin ningún tipo de decoración. Otro tipo presenta forma de caja con patas terminadas en garras de animal, y exhibe en la tapadera algún tipo de decoración animalística. Estas urnas son introducidas en fosos excavados en la tierra junto con un ajuar funerario entre el que se incluiría la falcata en el caso de que el incinerado fuese un aristócrata o un guerrero. La falcata era inutilizada (doblándola) y después se introducía en la urna, como la pertenencia más valiosa del difunto. Para tapar la fosa y señalizar el lugar de la tumba, se utilizaban túmulos de dimensiones muy variables.

A algunos aristócratas o príncipes se les enterraba en monumentos funerarios muy elaborados.