Este fenómeno tuvo su momento en Córdoba, hasta tal punto que incluso los mismos cristianos llegaron a tacharlo como de aptitud de "soberbia".
En abril del año 850 un sacerdote perteneciente a la iglesia de San Acisclo, llamado Perfecto fue acusado de proferir insultos contra Mahoma, fue condenado a muerte y decapitado. Este hecho dio lugar a una progresiva cadena de actos de exaltacion religiosa. Los árabes respondieron en primera instancia con blandura, pero ante la persistencia de los cristianos, al cabo de un año sufrieron martirio varios de ellos.
Abderraman ordeno la prisión del obispo de Córdoba Eulogio y continuaron los martirios mas crueles si cabe. Finalmente Eulogio fue degollado.
Según la tradición, las reliquias de los Mártires se conservan en la urna de plata custodiada en la parroquia de San Pedro. Restos recopilados durante generaciones y venerados por los vecinos de Córdoba, pero ¿realmente que encierra esa urna de plata?, los restos humanos existentes en ella, ¿a quien pertenecen?.
A ciencia cierta, poco se sabe de estos Santos Mártires. Escasas noticias, transmitidas muchas veces de forma tradicional pero sin apoyadura documental, apenas son algunos detalles de las vidas y martirios de estos cristianos cordobeses. Sin embargo, se sabe con total seguridad, por la investigación llevada a cabo sobre dichas reliquias en 1997 y 1998 por los doctores Fernández Dueñas y Felipe Toledo, que en la urna hay restos humanos de dos épocas distanciadas por varios siglos, que perfectamente podrían corresponder al tiempo transcurrido entre las persecuciones romana y califal.
Reproducimos a continuación el artículo sobre las reliquias de los Santos Mártires del que es autor el médico y académico cordobés Ángel Fernández Dueñas, y que aparece publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba (año LXXXIII, número 146, Enero–Junio 2004, páginas 215–230). En el artículo, el autor expone algunas de sus conclusiones tras haber investigado sobre las Reliquias de los Santos Mártires.
Un día del mes de diciembre de 1997, don Manuel Nieto Cumplido, Canónigo Archivero de nuestra Santa Iglesia Catedral, me comentó el proyecto del Sr. Obispo D. Javier Martínez, referido a la apertura del Arca de los Santos Mártires, para proceder a un tratamiento de conservación, recuento y clasificación de las sagradas reliquias en aquella contenidas.
A primeros de marzo del año siguiente, recibí el nombramiento de Perito Médico para tal menester, firmado por el Canciller–Secretario del obispado, don Felipe Tejederas (q.e.p.d.), citándome para el día cinco siguiente, en la Sala Capitular de la Catedral Mezquita, con el fin de proceder a la misión encomendada, una vez prestado juramento ante el Sr. Deán y Vicario Judicial de la Diócesis, don Alonso García Molano, en presencia del Sr. Delegado del Obispo, el referido Sr. Nieto y el Promotor de Justicia, don Juan Arias Gómez.
A las cinco de la tarde del día señalado, nos reunimos junto al Sr. Obispo y los canónigos antes citados, algunos miembros más del Cabildo y el párroco de San Pedro, el carpintero, el cerrajero y los guardias de seguridad, además de los peritos médicos designados, el Dr. Toledo Ortiz y el que esto escribe.
Tras haber jurado, todos los que intervendríamos en el proyecto, ejercer nuestras respectivas funciones con honestidad y celo, se procedió a la apertura del Arca, serrando su tapa superior, habida cuenta de la imposibilidad de abrir los candados que la aseguraban, por haberse perdido las llaves correspondientes, cosa nada extraña si recordamos que la última vez que se cerró la Urna fue el 4 de mayo de 1791.
Una vez facilitado el acceso a su contenido, me cupo el honor de ir extrayendo los restos, al par que el Dr. Toledo iba colocándolos fuera. La impresión que tuve en aquellos momentos, fue la de estar introduciendo mis manos en las mismísimas entrañas de Córdoba; ellas, mis pobres manos, tocaban y tomaban aquellos restos sagrados de unos cordobeses que dieron su vida confesando a Cristo, unos, en los primeros siglos de nuestra Era y, los más, en los años centrales del siglo IX. Experiencia única, que forma parte de mis recuerdos más vívidos y entrañables.
Durante dos meses y medio, las reliquias permanecieron sobre la misma Mesa Capitular, en tanto que el Dr. Toledo y yo, procedíamos, en nuestros ratos libres, a su clasificación y recuento. No quiero ni puedo dilatarme más en cada una de las circunstancias que vivimos solos y encerrados (situación necesaria y acordada con los guardias de seguridad), desarrollando nuestra interesante tarea.
Por mi parte, desde que supe la misión que se me encomendaba, me puse a leer, de una forma tal vez desordenada, todo lo que pude encontrar de la extensísima bibliografía referente a los Santos Mártires de Córdoba; pensaba, infeliz de mí, que podría llegar, incluso, a su identificación, una vez conocidas las circunstancias de su martirio, sueño, en fin, que quizá se haya cumplido en un caso solamente.
A partir de entonces, me propuse una línea de investigación más rigurosa, acudiendo a las prístinas fuentes escritas, que son, para los mártires mozárabes, las obras de San Eulogio y Álvaro Paulo, sin obviar las noticias que nos legaron aquellos escritores, cordobeses y foráneos, que, a lo largo de los siglos, se ocuparon del tema y que me abstengo de citar, por quedar reflejados en su mayoría, en las correspondientes notas a pie de página.
Habiendo adquirido, creo, un aceptable conocimiento de los mártires cordobeses, de su vida y circunstancias de su muerte, acometo hoy, siquiera sea una aproximación, sobre la relación de los restos estudiados con los datos históricos que he podido recabar. No pretendo hacer una exposición exhaustiva porque excedería, en mucho, el limitado espacio de un artículo, aunque no renuncio a retomar el tema, más pausada y extensamente, en un futuro inmediato.
Sí les prometo, que intentaré ceñirme siempre a posibilidades objetivas, a cuestiones compatibles con la verdad, a la luz de la historiografía y la razón, obviando explicaciones forzadas y, a veces, manipuladas por muchos autores.
He de comenzar exponiendo pormenorizadamente, la relación de huesos que pudimos estudiar. De esta relación, quiero resaltar estos datos:
Pudimos contabilizar 450 piezas óseas de adulto, más un número considerablemente menor, perteneciente a niños, que merecerá una explicación, creo que convincente, más adelante. Fijémonos, especialmente, en el número de cráneos (seis, completos; doce, absolutamente definidos, aunque incompletos y 80 trozos de bóveda craneal) y en el de fémures, derechos e izquierdos, por cuanto, basándome en dichas piezas óseas, he de construir mis deducciones.
A este respecto y aunque sólo sea a vuelapluma, he de apuntar, que, por ejemplo, Martín de Roa afirma que existían en el Arca “...nueve cabezas casi enteras, muchas partes de otras, que, al parecer de los médicos, eran de otras nueve y huesos de otros 18 cuerpos, que según eran, entre sí, diferentes, no podían de ser de menos número y algunos quemados...”. Este mismo número, 18, es el que defiende Sánchez de Feria, aunque matiza que habrían que añadirse los restos de seis mártires más, tres hispanorromanos (Acisclo, Victoria y Zoilo), un hispano–godo (Agapito) y dos, mozárabes (Natalia y Félix), no tenidos en cuenta por autores anteriores. Una tercera teoría, defendida por otros, es la de considerar los “dieciocho clásicos”, más los seis hispano–romanos, de los que no podrían contabilizarse sus cabezas. Gran parte de estas afirmaciones choca frontalmente con mi investigación, como estoy seguro de poder demostrar.
A Martín de Roa le puedo argüir, que ninguna pieza ósea excepto los cráneos alcanza el número de 18; las cifras más aproximadas, son 17 fémures derechos, 14 izquierdos y 12 húmeros y 11 coxales, también izquierdos. Y en cuanto al número total, baste recordar que, cada cuerpo humano, sin contabilizar las piezas craneanas, se compone de 178 huesos, cifra, que multiplicada por 18, significarían 3.204 piezas óseas, número muy superior a las 352, excluidos los cráneos, contabilizadas en nuestro estudio.
Sé, por supuesto, que es absolutamente imposible que pudieran conservarse todos y cada uno de los huesos de los mártires que, tras diversos avatares, pudieron, al fin, recalar en la Basílica de los Tres Santos, hoy iglesia de San Pedro. Existen, al menos, tres causas comprobadas, que pueden explicar esto:
La primera de ellas, hay que situarla en los primeros años del reinado de Mohamed I (853 y 854), cuando dos torvos personajes, el exceptor Gómez, cristiano apóstata y el conde de los cristianos, Servando, caído en la herejía al final de su vida, no se contentaban con abrumar a sus antiguos correligionarios con onerosos impuestos e innumerables vejaciones, sino que el segundo de los citados llegaría a exhumar algunos cadáveres de los mártires que se veneraban en distintas iglesias, para mostrar sus restos a los ministros del emir, mofándose de ellos.
Otra causa que influye en esta merma de reliquias se dio a raíz de su descubrimiento en la iglesia de San Pedro, el 26 de noviembre de 1575, cuando, quizá a causa del exaltado fervor que provocó un hallazgo tanto tiempo intentados, desapareció un número, nunca cuantificado, de huesos, incluido un cráneo que, tiempo después, sería devuelto y colocado en el Arca.
El tercer motivo hay que basarlo en la enorme veneración que suscitaban las reliquias de los mártires, a lo largo de toda la Edad Media, en todo el Occidente cristiano, que trajo como consecuencia el deseo de reyes, obispos y abades de monasterios, de poseer alguna de ellas y si, al principio, las más buscadas y deseadas fueron las de los hispano–romanos, sobre todo, Acisclo y Zoilo, después del siglo IX serían también las de los mozárabes. Córdoba, tierra de mártires, fue un punto especial de demanda, como se expondrá más adelante; por ahora, bástenos decir, que, en cierto grado, este fenómeno también influyó en el número de piezas óseas, que, en definitiva, quedaron en el Arca.
A estas tres circunstancias expuestas, había que añadir la pérdida de muchas de ellas a consecuencia de múltiples y dispares circunstancias que podemos suponer, y la desaparición de otras, constituidas por pequeños huesos, que irían deteriorándose a lo largo de los siglos, hasta originar su destrucción. A este respecto, he de comentar la gran cantidad de restos pulverizados, existentes en el fondo del Arca, que hubimos de recoger en unas bolsas al efecto y depositar dentro de aquella, antes de ser sellada.
Con respecto a los restos de niños, noticia esta no constatada en ninguna de las fuentes consultadas, tal vez para evitar supuestos escandalosos, pero escamoteo, al fin y al cabo de la verdad histórica, hemos de introducir ya su explicación, aunque en estos momentos haya de ser apresurada:
En los monasterios dúplices existentes en nuestra sierra, con frecuencia recalaban familias enteras que, a veces, llevaban niños de la más tierna edad. Ello, lo podemos constatar en la Regla de San Fructuoso, Regula communis, en la que se dice: “Cuando alguno viniera con sus mujeres y sus hijos pequeños, menores de siete años, es voluntad de la Santa Regla común, que padres e hijos se pongan en manos del abad, para que él disponga, con toda solicitud, lo que debe observar cada uno. Teniendo compasión de estos niños tan tiernos, les permitirán que puedan ir del padre a la madre, cuando quieran…”. O sea, es natural que en los cementerios de estos centros de espiritualidad, fueran inhumados los cadáveres de los niños que morían y en dos de ellos, Peñamelaria y Cuteclara, recibieron enterramiento algunos mártires que, en algún momento y por diferentes causas, fueron trasladados a otros lugares. Es verosímil que, entre los restos de adultos, fueran incluidos, quizá, a veces, voluntariamente, algunos huesos de niños, lo que explica, de forma lógica, nuestro inesperado hallazgo.
Expuestas estas consideraciones previas, vayamos al fondo de la cuestión, que quiero exponer de la forma más sucinta posible. Pero, primero, quiero detenerme en esta imagen, que reproduce el cuadro que pintara en 1870, Ángel María de Barcia, el más completo, sin duda, que se ha dedicado a los mártires cordobeses, conocido, sobre todo. Gracias a las reproducciones difundidas por la fototipia Hauser y Menet, muchas de las cuales las podemos encontrar en conventos e iglesias de nuestra ciudad, incluso en algunos domicilios particulares.
En la parte superior del cuadro, vemos una alegoría de los Cielos, presidida por Jesús portando la cruz, símbolo de su martirio y la Virgen Maria y a ambos lados, los mártires de las persecuciones romanas. A la derecha, tras un ángel en pleno vuelo, los dos santos hermanos, Acisclo y Victoria y un poco más atrás, Fausto, Januario y Marcial. A la izquierda, inmediatamente, Lorenzo y su pan–illa simbólica I–I y más al extremo, Zoilo y sus 21 compañeros de martirio.
Inmediatamente por debajo, los límites nebulosos de la sierra y la cinta plateada del río, se continúan con el alcázar del emir, la Mezquita y, finalmente, a la izquierda, una panorámica del barrio de la Ajerquía. A este lado del río, se sitúa una Torre de la Calahorra absolutamente figurativa, por cuanto no existía aún en el siglo IX.
En la base del cuadro, aparecen los mártires mozárabes en número de 53, reunidos en la margen izquierda del Guadalquivir, en el sitio donde casi todos ellos fueron colgados tras su decapitación en las puertas del palacio emiral, que se encontraban, aproximadamente, en el lugar que hoy ocupa el Triunfo de San Rafael de la Puerta del Puente.
En el centro de ellos, aparece Eulogio, primer e indiscutible historiador del movimiento martirial mozárabe y catalizador del mismo; el santo blande una espada manteniendo una actitud de arenga a sus compañeros de destino y, a ambos lados de los símbolos del martirio, la cimitarra y las palmas, aparecen todos los campeones de la fe, repartidos en diversos grupos, según fueron sacrificados.
Su identificación, por supuesto, aproximada, la he intentado durante muchas horas y cuando ya estaba concluida, encontré en una reproducción de este cuadro, existente en la iglesia de San Francisco, otra casi idéntica que figura al pie de la litografía, sin que me haya sido posible, por cuestión de tiempo, hacer un pormenorizado cotejo con la realizada por mí.
En definitiva, los mártires cordobeses, reconocidos por la Iglesia, alcanzan el número de 57, que comprende seis hispano–romanos y 51 mozárabes. Yo, por mi parte, llego a contabilizar 89 –31 y 58, respectivamente a saber:
Entre los primeros, además de los seis, por todos aceptados, Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial y Zoilo, habría que añadir los 21 compañeros de martirio de éste último, además de Lupo, Aurelia, Sandalio y Secundino, que suman los treinta y uno afirmados.
En cuanto a los mártires mozárabes, además de los 48 sacrificados en la década de los años cincuenta del siglo IX, durante los reinados de Abderramán II (822–852) y Mohamed I (852–886), que constituyen el cuerpo fundamental de este trabajo, hay que incluir además, a Adolfo y Juan, martirizados en el año 825, y a Felicitas y Maria, decapitadas en el 860, los cuatro, víctimas de los dos emires citados; por fin, también hay que contabilizar a Dulce, Pelagio, Argentea, Vulfura y Eugenia, muertos bajo la égida de Abderramán III y a Ágata, de la que no puedo precisar la fecha de su martirio. Total.
Pero, centrándonos en el tema de las reliquias contenidas en el Arca, limitemos aún más la cuestión: En la lápida colocada en la fachada de la iglesia de San Pedro, figura una relación de los mártires, que, se asegura, están incluidos en la citada urna, cuestión en la que, en algunos casos, no puedo estar de acuerdo. Esta relación, que expongo, enumerada cronológicamente, es la siguiente:
Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial, Zoilo, Agapito, Perfecto, Sisenando, Pablo diácono, Teodomiro, Flora, Maria, Natalia, Félix seglar, Cristóbal, Leovigildo, Emila, Jeremías seglar, Rogelio, Servideo, Argimiro, Elías y Argentea.
Refiriéndonos a Acisclo y Victoria, hemos de recordar que los restos del primero, se esparcieron por muchos lugares de España, hasta en seis ocasiones, a partir del año 688, hasta 1339. En lo que respecta a Victoria, sólo figura el traslado a Tolosa, en el año 810, de “la cabeza y otras reliquias”.
Mucho más revelador resulta el caso de Zoilo, alguna de cuyas reliquias fueron llevadas en el año 630 a Medina Sidonia y en el 851 a Pamplona y, al fin, en 1070, lo que quedara de su cuerpo, sería trasladado a Carrión de los Condes. Sin embargo, a favor de su testimonial presencia en el Arca, a pesar de lo que diga Ambrosio de Morales hemos de decir, que en 1714, sería devuelta a Córdoba, “la canilla de un brazo”, atendiendo a la petición hecha 114 años antes desde Córdoba, donde se deseaba contar con alguna reliquia del santo. Aunque ésta fuera depositada, en principio, en la ermita de San Zoilo, tras la desaparición de ésta, pudiera haber sido agregada al Arca en alguna de las aperturas habidas, a lo largo del siglo XVIII.
Los restos de Fausto, Januario y Marcial –verdaderos titulares de la Iglesia de los Tres Santos, hoy San Pedro– han de estar, por pura coherencia, en la sagrada Urna, pero ¿qué restos? Si recordamos su martirio, comprobamos que, tras serles amputados nariz, orejas y labio superior y extraídos los dientes, fueron quemados y los restos que quedaran, fueron pasto de los perros. Poco podría ser recuperado, obviamente.
Agapito, aunque figura en la relación que comentamos, es seguro que no fue martirizado y muy dudoso, incluso, que fuera santo. Aunque así lo nombra Antonio de Yepes, Usuardo en su Martirologio, le trata de Venerable y Florez sólo hace mención de que “en Córdoba le veneraban como santo”. Pero, yendo al fondo de la cuestión que tratamos, es casi imposible que parte de sus restos estén en el Arca, pues su cuerpo entero fue trasladado, junto al de San Zoilo, a Carrión de los Condes.
Exceptuando a Agapito, por las razones aducidas, concedamos, con todas las suspicacias legítimas y realizando una nueva profesión de fe, que, efectivamente, figuran en el Arca, restos, pocos, de Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial y Zoilo.
En cuanto a lo que respecta a los mártires mozárabes, poseemos muchos más elementos de juicio, para poder sentar nuestras conclusiones. La primera de ellas es la negativa a aceptar la presencia de Elías en el Arca, como afirma la aludida lápida de San Pedro, por cuanto este santo, muerto el17 de abril del año 856, junto a los monjes Pablo e Isidoro, tras ser decapitado, fue arrojado al Guadalquivir, desapareciendo su cuerpo, como sucedería también con sus compañeros de martirio.
Intentemos un apretadísimo resumen de las circunstancias de la vida y muerte de los 48 mártires aludidos:
De ellos, 22 fueron naturales de Córdoba; cuatro, de su provincia; seis, pertenecientes a la diócesis de Sevilla; tres, a la de Granada y uno, respectivamente, nacidos en Martos, Badajoz, Alcalá de Henares, Toledo, Portugal, Francia, Palestina y Siria, no constando el lugar de nacimiento de cuatro más. Todos, menos dos, residían en la propia ciudad o en los monasterios de la sierra y en lugares aledaños, como eremitas.
Fueron 38 hombres y 10 mujeres de todas las edades, con evidente predominio de los jóvenes (27). De ellos, 35 fueron clérigos –sacerdotes, diáconos o monjes– y 12, seglares (desconociéndose el estado de uno, Salomón). Cuatro procedían de familia totalmente musulmana; cinco de matrimonios mixtos y tres más, antiguos cristianos islamizados, que volvieron al seno del cristianismo.
Todos, excepto dos, Sancho y Argimiro, fueron decapitados, aunque fue dispar el destino de sus restos. Diecinueve mártires, después de degollados, fueron colgados y quemados, siendo esparcidas las cenizas de trece de ellos, en las aguas del Guadalquivir; de los seis restantes, pudieron rescatarse restos de dos, Cristóbal y Leovigildo y una parte de las cenizas de Émila, Jeremías seglar, Rogelio y Servideo. De los seis colgados y arrojados al río, sin ser quemados, sólo fueron recuperados los restos de dos, Rodrigo y Salomón. Uno, Argimiro, fue descolgado del patíbulo y enterrado por los cristianos por especial licencia del emir. Nueve más, tras su muerte, fueron directamente tirados al río, de donde fueron rescatados todos, excepto Amador. Por fin, doce fueron abandonados en el lugar de la ejecución, todos ellos recuperados, menos Abundio, del que San Eulogio en su Memorial de los Santos, dice que “se le expuso a las fieras para que lo devorasen”. Sólo de uno, Witesindo, se desconoce el destino de sus restos.
Observamos que los que fueron quemados y arrojadas al río sus cenizas, lógicamente desaparecieron para siempre, lo mismo que sucedió con cuatro de los colgados y arrojados al Guadalquivir e idéntica suerte la que corrieron, uno de los nueve directamente sumergidos tras su decapitación y el único de los doce cuyos cuerpos fueron abandonados en el lugar del martirio. En total, de los 48 mártires mozárabes, 28 pudieron ser rescatados y 20, definitivamente se perdieron.
Reduzcamos, ya, nuestra exposición, a los 24 rescatados, sin contar los cuatro representados en el Arca sólo por sus cenizas. Seis no pueden estar en ella por haber sido trasladados fuera de Córdoba, como es el caso de Aurelio y Jorge, llevados al monasterio de San Germán de los Prados, en París, en el año 858; y Félix monje (San Félix de Córdoba en los santorales, al que no hay que confundir con San Félix de Alcalá, mártir homónimo, un año después de aquéI), que también fue trasladado a Carrión de los Condes, junto a Zoilo y Agapito en el 1070 y, finalmente, Eulogio y Leocricia, llevados a Oviedo en el año 883. Un sexto mártir, Luis, fue extraído del Guadalquivir pocos días después de su muerte en el año 855, en Palma del Río, donde quedaron sus restos. Nos queda seguir el rastro de 18 mártires. De todos ellos existe constancia del destino de sus reliquias, que fueron repartidas por iglesias y monasterios de Córdoba. Las Basílicas de San Zoilo, San Acisclo, Tres Santos, San Cristóbal y los monasterios de Peñamelaria, San Ginés de Tercios, Santa Eulalia de Mérida, Cuteclara y Santos Cosme y Damián, fueron los lugares de veneración de estos mártires y de ellos, sólo recalarían en la cripta de San Pedro, según los diversos autores consultados, estos diez: Perfecto, Sisenando, Flora, Maria y Argimiro, procedentes de San Acisclo; Pablo diácono, Teodomiro, Cristóbal y Leovigildo, llevados de San Zoilo y Natalia, de Tres Santos. De los ocho restantes, sólo existe constancia de su primer enterramiento.
Antes de seguir adelante, tratemos del caso de Argentea, incluida en la relación de la lápida y no estudiada, por pura razón cronológica, entre los 48 santos mozárabes ya tratados. Esta joven virgen y mártir, hija del caudillo muladí Omar ben Hafsum, degollada en el año 931, en el reinado de Abderramán III, aunque no figura en ningún santoral antiguo conocido, ni siquiera en el Calendario de Recemundo, escrito sólo 30 años después de su muerte, sí es verosímil que pueda estar entre las sagradas reliquias.
Aprestémonos ya a extraer algunas conclusiones teniendo en cuenta, por un lado, el recuento de las reliquias existentes en el Arca y, de otro, las posibilidades que nos brindan los textos consultados.
Concedamos que, además de restos de los seis mártires hispano–romanos y las cenizas de los cuatro mozárabes aludidos, también se encuentren en ella, los diez recién citados, además de Argentea. Se alcanzaría un número máximo de 21, tres menos de los especificados en la lápida de San Pedro.
Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de las reliquias, me limitará a considerar los fémures y los cráneos hallados, para intentar determinar, sin intención de dogmatizar, quiénes pueden estar en el Arca.
Como veíamos más atrás, existen 20 fémures derechos o restos de ellos identificables, 14 masculinos y seis femeninos y 21 izquierdos, 16 de hombre (uno, hispano–romano) y cinco de mujer. Luego, hay, al menos, seis mujeres, de las que, las cinco siguientes, sabemos que pueden figurar en el Arca.
De Victoria, por las razones expuestas y otras, que se han obviado en aras de la brevedad, no pueden existir fémures. Tampoco de Flora y Maria, de las que, únicamente, consta la existencia de sus respectivas cabezas. Dos de estos huesos, sí pueden corresponder, en cambio, a Natalia y a Argentea. Luego nos faltarían cuatro mujeres por localizar.
Basándonos también en el número de fémures, en los izquierdos en este caso, hay, al menos, 16 hombres, uno de ellos, hispano–romano. Ateniéndonos a los mozárabes –15– podemos atribuir un fémur, con toda seguridad, a Perfecto, Pablo diácono, Teodomiro y Argimiro, cuyos esqueletos pudieran haber estado completos, e incluso, también a Sisenando (a pesar de haber sido pasto de ratas y perros) ya Cristóbal y Leovigildo (quemados y parcialmente recuperados). Luego, todavía, sobran ocho fémures para atribuir a otros tantos varones.
Tomando los cráneos como punto de referencia, hemos visto que existen seis completos y 12 “inequívocos” (macizo maxilar y base del cráneo), y 80 trozos de bóveda para completarlos más que cumplidamente. Total, 18 (seis de mujer y 12 de hombre), de los que, siete, pueden atribuirse a Perfecto, Pablo diácono, Teodomiro, Flora, Maria, Argimiro y Argentea, y tres más, a Sisenando, Cristóbal y Leovigildo, a pesar de los condicionamientos expuestos. Tendríamos diez adjudicados, pero nos faltarían ocho nombres más.
Ante esta “ausencia” de mártires, hemos de plantear la siguiente hipótesis, fundada en los textos y tradiciones: Es probable, al parecer, que de la Basílica de los Santos Mártires, en 1275, fueran llevadas todas las reliquias reunidas, a San Pedro o, al menos, en algunos casos, directamente, desde las distintas iglesias en la que, originariamente, fueron enterradas. Esto, pudo suceder perfectamente, con las correspondientes a Gumersindo, Servodeo, Liliosa, Columba, Pomposa, Pedro monje, Rodrigo, Salomón y el cuerpo de Maria. Un total de cinco hombres y tres mujeres, número que nos permite responder a las deducciones planteadas:
1. Los cuatro fémures femeninos que faltaban, corresponderían a Liliosa, Columba, Pomposa y María. Se justifica así, perfectamente, el número de mujeres en el Arca.
2. De los ocho fémures izquierdos masculinos sobrantes, cinco podrían corresponder a Gumersindo, Servodeo, Pedro, Rodrigo y Salomón y aún sobrarían tres.
3. Es lógico y lícito asignar los ocho cráneos que restaban, a cada uno de los mártires últimamente relacionados, exceptuando a María, cuya cabeza ya figuraba en el Arca.
Después de toda esta exposición, me atrevería a establecer cinco conclusiones a este estudio.
Primera conclusión: En el Arca de los Santos Mártires, existen, no sólo los restos tradicionalmente aceptados, sino también todos los procedentes de las distintas iglesias de Córdoba.
Segunda conclusión: El recuento de las mujeres mártires, es perfecto:
En el Arca: Flora, Maria, Natalia, Liliosa, Columba, Pomposa y Argentea.
Fuera de Córdoba: Leocricia (en Oviedo).
Perdidas: Digna, Benilde y Áurea.
Tercera conclusión: En cuanto a los varones:
En el Arca: Perfecto, Sisenando, Pablo diácono, Teodomiro, Gumersindo, Servodeo, Pedro monje, Argimiro, Rodrigo, Salomón, Cristóbal y Leovigildo.
Fuera de Córdoba: Aurelio y Jorge (en París), Félix seglar (en Carrión de los Condes), Luis (en Palma del Río), Eulogio (en Oviedo).
Perdidos: Los quince ya conocidos.
No se conoce su destino: Abundio y Witesindo.
Cuarta conclusión: La relación de mártires, que figura en la lápida de San Pedro, no se ajusta totalmente a la verdad.
– Incluye a Elías, que se da como desaparecido.
– Cita a Agapito, que no fue mártir, y a Félix seglar, trasladado, como quedó dicho a Carrión de los Condes.
– No cita a los mártires que estaban en las diversas iglesias; sólo, a los procedentes de San Acisclo, San Zoilo, uno de San Cristóbal y dos, de Tres Santos.
Quinta conclusión: Basándome en el estudio de los restos hallados, puedo afirmar, que existen huesos de, al menos, 19 personas y cenizas de otras cuatro, correspondientes a 23 mártires mozárabes.
Haciendo una tercera y última profesión de fe, habría que sumar a este número, los seis santos martirizados en época romana, todos decapitados, con lo que los restos, serían de 29 personas. Sin embargo, todavía faltan los nombres de tres varones más, dueños de los tres fémures izquierdos que nos quedaban por adjudicar, con lo que el número total de personas, cuyos restos reposan en el Arca, asciende a 32.
¿Pudiera corresponder a Zoilo, Agapito, Félix, a pesar de saber con certeza que fueron trasladados a Carrión de los Condes en 1070? No lo creo, por las razones expuestas y alguna más, en la que no puedo ahora extenderme.
¿Deberíamos atribuirlos a los protomártires mozárabes Adolfo y Juan, que sabemos, fueron inhumados en San Cipriano, y a Vulfura, compañero de martirio de Argentea, enterrado en “cementerio desconocido?
No existe referencia alguna al respecto y su aceptación, sin más, sería un absurdo intento de cuadrar el círculo... En definitiva, al terminar de escribir este trabajo, fruto de muchas horas de satisfecha dedicación, sólo puedo terminar diciendo de los restos humanos que encierra el Arca de los Santos Mártires, incluidos los de los niños, que no son todos los que están ni están todos los que son.
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