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miércoles, 24 de noviembre de 2010

¿Como era el alminar de Córdoba?

¿Como era el minarete de la mezquita cordobesa?
    Si realmente queremos hacernos una idea veraz de la imagen que presento, solo tenemos que trasladarnos a la "Puerta de Santa Catalina" que da acceso al Patio de los Naranjos de nuestra mezquita aljama. Allií en la misma portada podremos observar un bajo relieve en el que se representa el viejo alminar.  

    Esta constatado que los tres grandes minaretes almohades, entre los que se encuentra la Giralda, están hechos según el modelo de Córdoba. Ver estos minaretes es una buena manera de hacernos una idea, de como era el de Córdoba originalmente y antes de la reforma de Hernán Ruíz.        
    

domingo, 14 de noviembre de 2010

El enigma de las tumbas de los emires y califas cordobeses.


Los emires y califas de Córdoba fueron el punto de mira de las monarquías del mundo, parece difícil imaginar que los máximos representantes de esta dinastía no tuvieran un lugar especial para el deposito de sus restos mortales a la hora de enfrentarse a Alá. 
     Si bien sabemos la humildad del musulmán en el enterramiento, sin embargo también conocemos que personajes religiosos y relevantes sí están enterrados en mezquitas, a veces en tumbas de mucho lujo, como la del propio profeta Mahoma en Medina o las de los compañeros y los primeros imanes, que se encuentran en distintas mezquitas sagradas, como Kufa o Kerbela en Iraq, y que se convirtieron en lugares de peregrinación.
A Intramuros sólo podían ser enterrados los califas, miembros de la familia real y personajes de alto rango, que contaban con los privilegios necesarios para ello. Dichas sepulturas son las conocidas con el nombre de Rawdas o Rauda, panteones o mausoleos "reales" ubicados normalmente entre jardines (TORRES BALBÁS, 1957, 133).
     Todas las ciudades importantes solían poseer una, aunque arqueológicamente solo se conocen los ejemplos de la rawda de los sultanes en la Alhambra (Granada), descubierta en 1892 (TORRES BALBAS, 1981, 16) y el posible Panteón Real del cementerio de la ALMONIA (Valencia), con una cronología imprecisa del S. XI-XIII (PASCUAL, 1989,406).
     De Córdoba conocemos los datos aportados por los textos escritos que nombran a los califas y personajes enterrados junto a ellos en la Rawda al-Julafa, localizándola en el interior del Alcázar Califal. A pesar de haber realizado algunas excavaciones cercanas a la zona donde desde siempre se la situaba, esto es en el Palacio Episcopal y su entorno (CASTEJÓN, 1965, 229) contando con la noticia de un hallazgo de restos óseos en los sótanos de alguna de las casas de los alrededores, no se han obtenido resultados satisfactorios. 
    La propuesta mas plausible sobre su posible ubicación la describen MONTEJO, GARRIGUET y ZAMORANO (MONTEJO et alii, 1999, 169), basada en un pasaje de Ibn Hayyan reproducido por al-
Maqqari, en el cual se narra la venida de Ordoño IV a Córdoba: "Pasaron ante la puerta del Alcázar, y, al estar Ordoño, [por fuera], entre las puertas de la Azuda y de los jardines,preguntó por el lugar del enterramiento de al-Nasir li-din Allah [Abd al-Rahman 111 (912-961)l. Le indicaron el sitio que corresponde en el interior del Alcázar, en la Rauda, ocupa la tumba, y entonces Ordoño se quitó el gorro, se inclinó ante el lugar de la tumba, y oró, tras lo cual volvió a ponerse el gorro en la cabeza" (GARC~AG ÓMEZ, 1965,324). 
    Teniendo en cuenta la liofilización de las dos puertas citadas en el pasaje, la Rawda podría situarse entre la mitad occidental del Seminario y la calle Amador de los Ríos. Asimismo en una carta apócrifa del Emir Abd Allah, hijo de Muhammad a su nieto Abderraman III le dice cuanto sigue:
"cuando este escrito llegue a tus manos, amado hijo de mi llorado hijo, seras Emir de al Andalus. Delante de ti estará mi cadáver envuelto en blanca mortaja que desde los viejos tiempos del " Inmigrado" es sudario después de ser bandera de nuestro linaje y al lado cercano a mi cuerpo, ya frío estará esperando abierta en el cementerio de nuestros antepasados, la terrible fosa donde habrá de reposar durante siglos".
     Obviamente en esta carta apócrifa se hace mención a un enterramiento dinástico. Añadamos algo mas, en la misma carta se hace otra reflexión interesante, esta vez referente al asesinato de su hermano,  y ante la sumisión que tuvo que manifestar ante Umar Ben Hafsum y su gente, suplicarle cobardemente y entre lágrimas que le concediera permiso para transportar a Córdoba el cadáver de Al Mundi y así poder darle digna sepultura en el "Panteón de su familia".

    En otra crónica se señala que un día después de la muerte de Abderraman III, primer califa, con su séquito, el cortejo se puso en camino para llevarlo a enterrar en su panteón del Alcázar.

    A día de hoy y salvo que la arqueología cordobesa nos de una inmensa sorpresa, que a mi me conste, no tenemos ni un solo enterramiento de la época árabe, no ya de Califas, sino ni de los Emires, tampoco de los Reyes de Taifas, por tanto nos pasa un poco como con los Reyes Visgodos, que salvo excepciones no tenemos claro donde fueron enterrados.

    Al oeste de los baños califales, alrededor de los años 1977 - 1978, parece ser que se produjo un hallazgo curioso. En los alrededores de los baños califales debido a la construcción de alguno de los inmuebles que se encuentran por allí, apareció una estructura de planta central, llena de sepulturas de gran riqueza, con presencia de ataúdes con ornamentaciones en marfil. La calidad de los materiales aparecidos y su coincidencia con la "Rawda" o cementerio califal hizo suponer que se podría tratar de algún enterramiento de la familia califal o emiral, de ahí que todo aquello se ocultase por lo comprometido que pudiera resultar. Existe asimismo una rumorología referente a la ubicación de un gran hallazgo en el barrio de San Basilio, en las cercanías de las escalinatas que bajan desde el Campo Santo de los Mártires.

    Hay quien afirma que los mandatarios árabes de la ciudad de Córdoba, podían estar enterrados bajo el Alcázar musulmán, pero es preciso recordar que este era mayor que el actual (ver fotografía) y que actualmente coincide en gran parte con el Palacio Episcopal.

    A continuación abundamos un poco mas en este misterio añadiendo el articulo "Las tumbas de los Califas cordobeses" de Miguel Franco.
¿Donde están las tumbas de los emires y los califas que gobernaron nuestra ciudad, y gran parte de España, durante tres siglos?

En aquella época, la tradición era que los cementerios estuviesen extramuros de la ciudades, como también ocurría con los romanos. Solo los califas y los emires tenían el derecho a ser enterrados intramuros de la ciudad, en este caso Córdoba, en concreto en el recinto del Alcázar.
El cementerio de estos gobernantes se encontraba, según era costumbre, en una esquina de un jardín o “rawda” del Alcázar, donde eran enterrados a poca profundidad y sin alardes decorativos (una lapida o poco más). Vamos, que no existían grandes mausoleos o cosas por el estilo.

    Los arqueólogos lo suelen situar en el espacio que hoy ocupan los jardines del Campo de los Santos Mártires o jardines “de las Manos”, pero no hay unanimidad al respecto (Antonio Arjona piensa que está en el solar que ocupaba el Alcázar Viejo de la Judería).

    Cuando Córdoba fue conquistada por los cristianos, lo que quedaba de los edificios y solares que componían el Alcázar Andalusí, fueron repartidos entre diversas instituciones de la época. También se construyó, en la esquina sur occidental y a lomos de la muralla, un nuevo recinto que es hoy conocido como el Alcázar de los Reyes Cristianos, frente al cual se hizo una amplia explanada (actual jardín del Campo de los Santos Mártires).
  
    Los estudios arqueológicos que se han hecho sobre el Alcázar andalusí son escasos, y menos aun son los intentos por localizar la rawda. Quizá ya ni exista, por haber sido arrasada en épocas pretéritas.

De todas formas, llama la atención el desinterés que existe por desentrañar los misterios de un recinto monumental que fue tan importante en su época, aunque para finalizar añadamos el siguiente texto:
852, septiembre, 22, noche del miércoles al jueves. Muere el emir ‘Abd al-Rahman II y es enterrado en el panteón de los califas en el Alcázar de Córdoba
    "Muere el emir ‘Abd al-Rahmán (II), la vela del jueves a tres días pasados  y se enterró el jueves en la tumba de los califas en el Alcázar de Córdoba. Cerca de su tumba estaban enterrados sus hermanos, al-Mugira y Umaya. Rezó la oración fúnebre su hijo, el emir Muhammad ‘Abd al-Rahmán.
(Ibn Hayyan, Muqtabis edic. M. A. Makki, p. 158.)

sábado, 13 de noviembre de 2010

El enigma de Medina Al-Zahira, la ciudad de Almanzor















    
    Siempre hemos oido hablar del palacio de Medina Azahara, la ciudad palatina, pero hubo otro palacio de similares características encubierto en parte por la grandeza del anterior, hablo de Medina Al´Zahira. ¿Que sabemos de su ubicación, de su desaparición?.¿ Fue el centro de poder en su momento, mandado construir por Almanzor en los albores de la desmembración del califato?.
Adentrémonos en este enigma intentando aportar algunos datos que al menos esclarezcan un poco mas el misterio de este palacio singular. 
     Medina Alzahira, en árabe la "ciudad resplandeciente" fue una ciudad palatina construida por Almanzor en el siglo X en las cercanías de Córdoba, en la margen derecha del Guadalquivir. Su construcción se produjo entre 979 y 987. Almanzor abandonó Medina Azahara, se instaló en ella y la convirtió en el segundo centro administrativo y de poder del Califato, hasta que fue saqueada y destruida en abril de 1009.
     La ubicación de Medina Al Zahira se ignora (según el ensayo sobre Almanzor de Laura Bariani, Editorial Nerea, 2003). Pero se sabe que era una auténtica ciudad, cuyo nombre se traduce por "ciudad resplandeciente". Según este ensayo, la ubicación fue elegida de acuerdo con unos presagios que habían anunciado que la ciudad que se edificara en ese lugar, se convertiría en el centro de todo el poder, poder del que quedarían privados los Omeyas.
     Es posible que la imposibilidad de conocer su ubicación esté relacionado con que, apenas 30 años después de su edificación, fue completamente destruida por el Omeya Muhammad al Mahdi, que derrocó al califa Hisham y declaró la guerra civil. El Omeya comprendió bien que para deponer a Hisham había que poner fin a la dinastía de los amiries (la de Almanzor) y que para triunfar en el intento era preciso atacar su bastión geográfico y simbólico. 
    En febrero de 1009 "ordenó destruir la ciudad, derribar sus muros, arrancar sus puertas, desmantelar sus palacios y borrar sus trazas". Se barajan varias localizaciones, algunos hablan del barrio de Fidiana, otros en las inmediaciones del Carrefour Zahira, los mas en del Poligono de las Quemadas (haciendo referencia la toponimia al incendio de la destrucción). Incluso algún autor se atreve a presentar fotografías de los restos del palacio ubicado en el polígono industrial antes mencionado. 
    En realidad la ubicación exacta no se sabe con certeza, pero se presupone que estaba a las afueras de Córdoba,  hacia el este, aunque aun no se han encontrado nada mas que arrabales arqueológicos que llegaban hasta la zona del barrio de  Fátima. Las ultimas excavaciones en la avenida de Libia nos muestran hectáreas y hectáreas de restos arqueológicos de arrabales musulmanes que se dirigen hacia las zonas mencionadas anteriormente, algo que es bien significativo.
     Según algunos historiadores musulmanes de la época este palacio era aun mas grande y hermoso que Madinat al-Zahra. Otras opiniones son mas concretas y ubican los restos de este antiguo palacio en el Poligono industrial de las Quemadas donde actualmente se encuentra el centro de discapacitados "Proymer" . A los restos se pueden acceder desde un camino que sale desde la salida de la autovía hacia el mismo polígono industrial (enfrente de una nave de maquinaria). Por el camino se pueden observar restos de esta etapa de esplendor de la Península Ibérica como pueden ser aljibes, pozos y demás para el abastecimiento de agua, así como los cimientos. Estoy seguro que al igual que el antiguo anfiteatro romano, o el gran circo, se conseguirá finalmente localizar este extraordinario recinto, ese día sera grandioso porque recuperaremos del olvido una nueva joya de ese collar de perlas que es nuestra urbe...
    Otra posible localización del majestuoso palacio fue la zona del Arenal, en las cercanías de donde actualmente se instala la feria de Nuestra Señora de la Salud.
       Las almunias eran residencias campestres, a veces verdaderos palacios, situados a las afueras de la ciudad. No eran sólo grandes fincas de recreo rodeadas de extensos jardines bien irrigados, sino también importantes explotaciones agrícolas o ganaderas que producían cuantiosos beneficios al propietario. Una de las más antiguas de Córdoba era la almunia al-Rusafa, edificada por el emir Abd al-Rahman I (756-788) al norte de la capital. En ella, según las fuentes, se plantaron plantas exóticas y árboles traídos de Siria y otras regiones por los agentes del emir, entre ellos una palmera y unos granados que daban gruesos frutos, variedad que fue conocida desde entonces como granada rusafí, por proceder de la Rusafa siria, o granada safarí, en recuerdo de Safar, la persona que, al parecer, la introdujo en la provincia de Málaga. Esas nuevas especies, incluida dicha granada, se aclimataron en esta almunia y después se expandieron por la Península. 
     Otra almunia muy famosa fue la de al-Na‘ura o de la Noria, construida por el emir Abd Allah (888-912). Ésta fue ampliada y embellecida en el siglo X por Abd al-Rahman III, que la convirtió en su residencia preferida antes de construir Madinat al-Zahra’. Pertenecían a ella los restos encontrados por D. Félix Hernández en 1957 en el Cortijo del Alcaide y otros encontrados recientemente cerca de allí. Sus jardines estaban irrigados por el agua que una gran noria extraía del Guadalquivir. El mismo emir construyó la almunia al-Nasr o de la Victoria, situada asimismo junto al río. Toda la orilla estaba plantada de olivos y servía de paseo a los elegantes, según las fuentes: «siempre había gente paseando bajo las sombras de los árboles por la frescura del lugar». 
    Durri el Chico, el fatá o gran oficial de origen esclavo de al-Hakam II, construyó una almunia llamada al-Rumaniyya, que regaló luego al califa al-Hakam (en 973). Según los autores árabes, ésta había sido una «creación personal suya, su lugar de retiro y la inversión de todo su caudal». «Había llegado en ella al colmo de la perfección», era tan bella y bien dispuesta que el califa acudía allí con frecuencia. Poseía jardines bien regados y tierras de labor que reportaban al fatá pingües beneficios. Las ruinas de esta almunia fueron excavadas en 1910 por D. Ricardo Velázquez Bosco y destruidas más tarde por las obras de un cortijo. Ocupaba un área de 4 hectáreas a los pies de la Sierra de Córdoba, al oeste de Madinat al-Zahra’. Se niveló el terreno mediante terrazas y se situó en la más alta el edificio residencial, cuya estructura era más modesta pero similar al de Madinat al-Zahra’, y bajo ella una gran alberca de la que aún se conservan parte de los muros perimetrales.
     Otra almunia ha sido localizada en la finca de Turruñuelos, al noroeste de Córdoba, con nada menos que once hectáreas y media de extensión. 
     Las grandes mansiones del interior de la ciudad también poseían sus jardines, que hoy podemos imaginar gracias a un relato de Ibn Hazm en su obra titulada "El collar de la paloma". 

El patio de los naranjos

    La presencia de árboles en los patios de las mezquitas de Al Ándalus parece tener su origen en la propia mezquita mayor de la capital, Córdoba. Ibn Hayyan, el famoso cronista cordobés del siglo XI, dice que el introductor de esta costumbre fue un sirio llamado Sa‘sa‘ah ibn Sallam, imán de plegarias en Córdoba, ciudad donde murió hacia 796. Este imán opinaba, en contra de la opinión de otros alfaquíes, que era lícito plantar árboles en el patio de la mezquita. Por su parte, Ibn Attab, otro alfaquí cordobés de prestigio, se oponía a esa plantación por ser una novedad ilícita y defendía que era mejor cortarlos, pues de todas las grandes ciudades que él conocía, sólo en Siria las mezquitas tenían árboles. Respecto a sus frutos, si existían, debían ser el almuédano y el resto de los servidores de la mezquita quienes los recogieran. Otros alfaquíes, al contrario, reclamaban el derecho de todos los fieles a disfrutar de esos frutos porque éstos nacían de Dios. 
     En la Mezquita aljama de Córdoba se sabe de la existencia de palmeras en el patio poco después de la conquista de la ciudad. Hoy día, y gracias a plantaciones sucesivas a lo largo de los siglos, el patio cordobés posee una gran cantidad de naranjos, cipreses, cinamomos y palmeras. Aunque no se tengan documentados, lo probable es que, al menos tras la ampliación del patio por el califa Abd al-Rahman III (S. X), también se plantasen naranjos o limoneros, los árboles citados con más frecuencia en los patios de las mezquitas andalusíes. 
    En todo caso su número sería mucho menor que en la actualidad, porque hay que tener en cuenta que el patio era también un espacio destinado a la oración, sobre todo en la masiva congregación de fieles en la plegaria de los viernes a mediodía. No obstante, los autores árabes sólo hablan muy ocasionalmente de los árboles de las mezquitas. Jerónimo Münzer, el viajero alemán que recorre España hacia 1495, poco después de la conquista de Granada, describe los jardines del patio de algunas mezquitas andaluzas. Desconocemos su disposición, pero la mención por parte de Münzer de la palabra jardín hace sospechar que se trataba de algo más que de árboles plantados en un patio. De la mezquita mayor de Almería dice: En el centro de la mezquita mayor hay un amplio jardín plantado de limoneros y de otros árboles, enlosado de mármol, y en medio de él la fuente en donde los fieles se lavan antes de entrar al templo. Respecto a la que llama «vasta mezquita» de Sevilla, dice que su jardín estaba plantado de cidros, limoneros, naranjos, cipreses y palmeras; el de la aljama del Albaicín de Granada estaba plantado de limoneros. También tenían jardín las pequeñas mezquitas de barrio de Granada, como la de San José, que poseía un enorme olivo cargado de aceitunas. 
    Las mezquitas en uso en Argelia y Marruecos todavía tienen árboles plantados en sus patios. Las mezquitas, fuera de las horas canónicas de oración, eran lugares de descanso, meditación y oración para los ciudadanos, que podían frecuentar sus naves o su patio a cualquier hora del día. Se trataba del espacio público más importante de las ciudades islámicas y en ese sentido el jardín de las mezquitas se puede considerar también un jardín público abierto a todo el mundo, un jardín de refugio como el que cita el Corán Un jardín que quizá recordara aquél que recibirán los musulmanes en recompensa por su fe y sus buenas obras, el jardín del Paraíso, tal y como se podía leer en las inscripciones que decoran la macsura y el mihrab de la propia mezquita mayor cordobesa . ¡No temáis ni estéis tristes! ¡Regocijaos, más bien, por el Jardín que se os había prometido!
( © Instituto Cervantes (España), 2004-2010. 
     Veamos por ejemplo los naranjos, que desde finales del siglo XVI( hay algunos historiadores que opinan que los primeros naranjos del patio fueron traidos por los cruzados desde Jerusalen) dan nombre al recinto: suman hoy 96, organizados en tres cuadros, con sus alcorques circulares intercomunicados por acequias rectilíneas trazadas en el suelo empedrado, que en primavera inundan el patio con el desmesurado aroma del azahar. Entre los naranjos, esbeltos cipreses apuntan al cielo, mientras los penachos de las escasas palmeras, suavemente mecidos por la brisa, acentúan la nota de exotismo oriental. Se trata de un recinto cerrado de 130 metros de largo por 50 de ancho que está dividido en tres partes, cada una de ellas con un surtidor en el centro. Además, en el interior del Patio se sitúan la Fuente de Santa María o del Caño del Olivo y la Fuente del Cinamomo. En sus muros de cierre, pero por el exterior, se encuentran las fuentes del Caño Gordo y la de Santa Catalina, además del Arca del Agua. Bajo la zona correspondiente a la ampliación de Almanzor, se halla un gran aljibe cuya construcción se remonta al siglo X.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El enigma de las reliquias de los Santos Mártires de Córdoba

    El fenómeno del martirio resulta algo inexplicable, ya que es contrario a un instinto básico, primario y principal como es el de la supervivencia. No solo era cuestión de contrariar a la autoridad reinante, además se debía tener una capacidad de sufrimiento que en la actualidad parece incomprensible, para finalmente aceptar la muerte incuestionable. 
    Este fenómeno tuvo su momento en Córdoba, hasta tal punto que incluso los mismos cristianos llegaron a tacharlo como de aptitud de "soberbia"
     En abril del año 850 un sacerdote perteneciente a la iglesia de San Acisclo, llamado Perfecto fue acusado de proferir insultos contra Mahoma, fue condenado a muerte y decapitado. Este hecho dio lugar a una progresiva cadena de actos de exaltacion religiosa. Los árabes respondieron en primera instancia con blandura, pero ante la persistencia de los cristianos, al cabo de un año sufrieron martirio varios de ellos. 
    Abderraman ordeno la prisión del obispo de Córdoba Eulogio y continuaron los martirios mas crueles si cabe. Finalmente Eulogio fue degollado. 
    Según la tradición, las reliquias de los Mártires se conservan en la urna de plata custodiada en la parroquia de San Pedro. Restos recopilados durante generaciones y venerados por los vecinos de Córdoba, pero ¿realmente que encierra esa urna de plata?, los restos humanos existentes en ella, ¿a quien pertenecen?.
     A ciencia cierta, poco se sabe de estos Santos Mártires. Escasas noticias, transmitidas muchas veces de forma tradicional pero sin apoyadura documental, apenas son algunos detalles de las vidas y martirios de estos cristianos cordobeses. Sin embargo, se sabe con total seguridad, por la investigación llevada a cabo sobre dichas reliquias en 1997 y 1998 por los doctores Fernández Dueñas y Felipe Toledo, que en la urna hay restos humanos de dos épocas distanciadas por varios siglos, que perfectamente podrían corresponder al tiempo transcurrido entre las persecuciones romana y califal.
     Reproducimos a continuación el artículo sobre las reliquias de los Santos Mártires del que es autor el médico y académico cordobés Ángel Fernández Dueñas, y que aparece publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba (año LXXXIII, número 146, Enero–Junio 2004, páginas 215–230). En el artículo, el autor expone algunas de sus conclusiones tras haber investigado sobre las Reliquias de los Santos Mártires. 
    Un día del mes de diciembre de 1997, don Manuel Nieto Cumplido, Canónigo Archivero de nuestra Santa Iglesia Catedral, me comentó el proyecto del Sr. Obispo D. Javier Martínez, referido a la apertura del Arca de los Santos Mártires, para proceder a un tratamiento de conservación, recuento y clasificación de las sagradas reliquias en aquella contenidas. A primeros de marzo del año siguiente, recibí el nombramiento de Perito Médico para tal menester, firmado por el Canciller–Secretario del obispado, don Felipe Tejederas (q.e.p.d.), citándome para el día cinco siguiente, en la Sala Capitular de la Catedral Mezquita, con el fin de proceder a la misión encomendada, una vez prestado juramento ante el Sr. Deán y Vicario Judicial de la Diócesis, don Alonso García Molano, en presencia del Sr. Delegado del Obispo, el referido Sr. Nieto y el Promotor de Justicia, don Juan Arias Gómez. A las cinco de la tarde del día señalado, nos reunimos junto al Sr. Obispo y los canónigos antes citados, algunos miembros más del Cabildo y el párroco de San Pedro, el carpintero, el cerrajero y los guardias de seguridad, además de los peritos médicos designados, el Dr. Toledo Ortiz y el que esto escribe. Tras haber jurado, todos los que intervendríamos en el proyecto, ejercer nuestras respectivas funciones con honestidad y celo, se procedió a la apertura del Arca, serrando su tapa superior, habida cuenta de la imposibilidad de abrir los candados que la aseguraban, por haberse perdido las llaves correspondientes, cosa nada extraña si recordamos que la última vez que se cerró la Urna fue el 4 de mayo de 1791. Una vez facilitado el acceso a su contenido, me cupo el honor de ir extrayendo los restos, al par que el Dr. Toledo iba colocándolos fuera. La impresión que tuve en aquellos momentos, fue la de estar introduciendo mis manos en las mismísimas entrañas de Córdoba; ellas, mis pobres manos, tocaban y tomaban aquellos restos sagrados de unos cordobeses que dieron su vida confesando a Cristo, unos, en los primeros siglos de nuestra Era y, los más, en los años centrales del siglo IX. Experiencia única, que forma parte de mis recuerdos más vívidos y entrañables. Durante dos meses y medio, las reliquias permanecieron sobre la misma Mesa Capitular, en tanto que el Dr. Toledo y yo, procedíamos, en nuestros ratos libres, a su clasificación y recuento. No quiero ni puedo dilatarme más en cada una de las circunstancias que vivimos solos y encerrados (situación necesaria y acordada con los guardias de seguridad), desarrollando nuestra interesante tarea. Por mi parte, desde que supe la misión que se me encomendaba, me puse a leer, de una forma tal vez desordenada, todo lo que pude encontrar de la extensísima bibliografía referente a los Santos Mártires de Córdoba; pensaba, infeliz de mí, que podría llegar, incluso, a su identificación, una vez conocidas las circunstancias de su martirio, sueño, en fin, que quizá se haya cumplido en un caso solamente. A partir de entonces, me propuse una línea de investigación más rigurosa, acudiendo a las prístinas fuentes escritas, que son, para los mártires mozárabes, las obras de San Eulogio y Álvaro Paulo, sin obviar las noticias que nos legaron aquellos escritores, cordobeses y foráneos, que, a lo largo de los siglos, se ocuparon del tema y que me abstengo de citar, por quedar reflejados en su mayoría, en las correspondientes notas a pie de página. Habiendo adquirido, creo, un aceptable conocimiento de los mártires cordobeses, de su vida y circunstancias de su muerte, acometo hoy, siquiera sea una aproximación, sobre la relación de los restos estudiados con los datos históricos que he podido recabar. No pretendo hacer una exposición exhaustiva porque excedería, en mucho, el limitado espacio de un artículo, aunque no renuncio a retomar el tema, más pausada y extensamente, en un futuro inmediato. Sí les prometo, que intentaré ceñirme siempre a posibilidades objetivas, a cuestiones compatibles con la verdad, a la luz de la historiografía y la razón, obviando explicaciones forzadas y, a veces, manipuladas por muchos autores. He de comenzar exponiendo pormenorizadamente, la relación de huesos que pudimos estudiar. De esta relación, quiero resaltar estos datos: 
     Pudimos contabilizar 450 piezas óseas de adulto, más un número considerablemente menor, perteneciente a niños, que merecerá una explicación, creo que convincente, más adelante.  Fijémonos, especialmente, en el número de cráneos (seis, completos; doce, absolutamente definidos, aunque incompletos y 80 trozos de bóveda craneal) y en el de fémures, derechos e izquierdos, por cuanto, basándome en dichas piezas óseas, he de construir mis deducciones. A este respecto y aunque sólo sea a vuelapluma, he de apuntar, que, por ejemplo, Martín de Roa afirma que existían en el Arca “...nueve cabezas casi enteras, muchas partes de otras, que, al parecer de los médicos, eran de otras nueve y huesos de otros 18 cuerpos, que según eran, entre sí, diferentes, no podían de ser de menos número y algunos quemados...”. Este mismo número, 18, es el que defiende Sánchez de Feria, aunque matiza que habrían que añadirse los restos de seis mártires más, tres hispanorromanos (Acisclo, Victoria y Zoilo), un hispano–godo (Agapito) y dos, mozárabes (Natalia y Félix), no tenidos en cuenta por autores anteriores. Una tercera teoría, defendida por otros, es la de considerar los “dieciocho clásicos”, más los seis hispano–romanos, de los que no podrían contabilizarse sus cabezas. Gran parte de estas afirmaciones choca frontalmente con mi investigación, como estoy seguro de poder demostrar. A Martín de Roa le puedo argüir, que ninguna pieza ósea excepto los cráneos alcanza el número de 18; las cifras más aproximadas, son 17 fémures derechos, 14 izquierdos y 12 húmeros y 11 coxales, también izquierdos. Y en cuanto al número total, baste recordar que, cada cuerpo humano, sin contabilizar las piezas craneanas, se compone de 178 huesos, cifra, que multiplicada por 18, significarían 3.204 piezas óseas, número muy superior a las 352, excluidos los cráneos, contabilizadas en nuestro estudio. Sé, por supuesto, que es absolutamente imposible que pudieran conservarse todos y cada uno de los huesos de los mártires que, tras diversos avatares, pudieron, al fin, recalar en la Basílica de los Tres Santos, hoy iglesia de San Pedro. Existen, al menos, tres causas comprobadas, que pueden explicar esto:
     La primera de ellas, hay que situarla en los primeros años del reinado de Mohamed I (853 y 854), cuando dos torvos personajes, el exceptor Gómez, cristiano apóstata y el conde de los cristianos, Servando, caído en la herejía al final de su vida, no se contentaban con abrumar a sus antiguos correligionarios con onerosos impuestos e innumerables vejaciones, sino que el segundo de los citados llegaría a exhumar algunos cadáveres de los mártires que se veneraban en distintas iglesias, para mostrar sus restos a los ministros del emir, mofándose de ellos. 
     Otra causa que influye en esta merma de reliquias se dio a raíz de su descubrimiento en la iglesia de San Pedro, el 26 de noviembre de 1575, cuando, quizá a causa del exaltado fervor que provocó un hallazgo tanto tiempo intentados, desapareció un número, nunca cuantificado, de huesos, incluido un cráneo que, tiempo después, sería devuelto y colocado en el Arca. 
    El tercer motivo hay que basarlo en la enorme veneración que suscitaban las reliquias de los mártires, a lo largo de toda la Edad Media, en todo el Occidente cristiano, que trajo como consecuencia el deseo de reyes, obispos y abades de monasterios, de poseer alguna de ellas y si, al principio, las más buscadas y deseadas fueron las de los hispano–romanos, sobre todo, Acisclo y Zoilo, después del siglo IX serían también las de los mozárabes. Córdoba, tierra de mártires, fue un punto especial de demanda, como se expondrá más adelante; por ahora, bástenos decir, que, en cierto grado, este fenómeno también influyó en el número de piezas óseas, que, en definitiva, quedaron en el Arca. 
     A estas tres circunstancias expuestas, había que añadir la pérdida de muchas de ellas a consecuencia de múltiples y dispares circunstancias que podemos suponer, y la desaparición de otras, constituidas por pequeños huesos, que irían deteriorándose a lo largo de los siglos, hasta originar su destrucción. A este respecto, he de comentar la gran cantidad de restos pulverizados, existentes en el fondo del Arca, que hubimos de recoger en unas bolsas al efecto y depositar dentro de aquella, antes de ser sellada. 
     Con respecto a los restos de niños, noticia esta no constatada en ninguna de las fuentes consultadas, tal vez para evitar supuestos escandalosos, pero escamoteo, al fin y al cabo de la verdad histórica, hemos de introducir ya su explicación, aunque en estos momentos haya de ser apresurada: En los monasterios dúplices existentes en nuestra sierra, con frecuencia recalaban familias enteras que, a veces, llevaban niños de la más tierna edad. Ello, lo podemos constatar en la Regla de San Fructuoso, Regula communis, en la que se dice: “Cuando alguno viniera con sus mujeres y sus hijos pequeños, menores de siete años, es voluntad de la Santa Regla común, que padres e hijos se pongan en manos del abad, para que él disponga, con toda solicitud, lo que debe observar cada uno. Teniendo compasión de estos niños tan tiernos, les permitirán que puedan ir del padre a la madre, cuando quieran…”. O sea, es natural que en los cementerios de estos centros de espiritualidad, fueran inhumados los cadáveres de los niños que morían y en dos de ellos, Peñamelaria y Cuteclara, recibieron enterramiento algunos mártires que, en algún momento y por diferentes causas, fueron trasladados a otros lugares. Es verosímil que, entre los restos de adultos, fueran incluidos, quizá, a veces, voluntariamente, algunos huesos de niños, lo que explica, de forma lógica, nuestro inesperado hallazgo.
     Expuestas estas consideraciones previas, vayamos al fondo de la cuestión, que quiero exponer de la forma más sucinta posible. Pero, primero, quiero detenerme en esta imagen, que reproduce el cuadro que pintara en 1870, Ángel María de Barcia, el más completo, sin duda, que se ha dedicado a los mártires cordobeses, conocido, sobre todo. Gracias a las reproducciones difundidas por la fototipia Hauser y Menet, muchas de las cuales las podemos encontrar en conventos e iglesias de nuestra ciudad, incluso en algunos domicilios particulares. En la parte superior del cuadro, vemos una alegoría de los Cielos, presidida por Jesús portando la cruz, símbolo de su martirio y la Virgen Maria y a ambos lados, los mártires de las persecuciones romanas. A la derecha, tras un ángel en pleno vuelo, los dos santos hermanos, Acisclo y Victoria y un poco más atrás, Fausto, Januario y Marcial. A la izquierda, inmediatamente, Lorenzo y su pan–illa simbólica I–I y más al extremo, Zoilo y sus 21 compañeros de martirio. Inmediatamente por debajo, los límites nebulosos de la sierra y la cinta plateada del río, se continúan con el alcázar del emir, la Mezquita y, finalmente, a la izquierda, una panorámica del barrio de la Ajerquía. A este lado del río, se sitúa una Torre de la Calahorra absolutamente figurativa, por cuanto no existía aún en el siglo IX. En la base del cuadro, aparecen los mártires mozárabes en número de 53, reunidos en la margen izquierda del Guadalquivir, en el sitio donde casi todos ellos fueron colgados tras su decapitación en las puertas del palacio emiral, que se encontraban, aproximadamente, en el lugar que hoy ocupa el Triunfo de San Rafael de la Puerta del Puente. En el centro de ellos, aparece Eulogio, primer e indiscutible historiador del movimiento martirial mozárabe y catalizador del mismo; el santo blande una espada manteniendo una actitud de arenga a sus compañeros de destino y, a ambos lados de los símbolos del martirio, la cimitarra y las palmas, aparecen todos los campeones de la fe, repartidos en diversos grupos, según fueron sacrificados. Su identificación, por supuesto, aproximada, la he intentado durante muchas horas y cuando ya estaba concluida, encontré en una reproducción de este cuadro, existente en la iglesia de San Francisco, otra casi idéntica que figura al pie de la litografía, sin que me haya sido posible, por cuestión de tiempo, hacer un pormenorizado cotejo con la realizada por mí. 
     En definitiva, los mártires cordobeses, reconocidos por la Iglesia, alcanzan el número de 57, que comprende seis hispano–romanos y 51 mozárabes. Yo, por mi parte, llego a contabilizar 89 –31 y 58, respectivamente a saber: 
     Entre los primeros, además de los seis, por todos aceptados, Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial y Zoilo, habría que añadir los 21 compañeros de martirio de éste último, además de Lupo, Aurelia, Sandalio y Secundino, que suman los treinta y uno afirmados. En cuanto a los mártires mozárabes, además de los 48 sacrificados en la década de los años cincuenta del siglo IX, durante los reinados de Abderramán II (822–852) y Mohamed I (852–886), que constituyen el cuerpo fundamental de este trabajo, hay que incluir además, a Adolfo y Juan, martirizados en el año 825, y a Felicitas y Maria, decapitadas en el 860, los cuatro, víctimas de los dos emires citados; por fin, también hay que contabilizar a Dulce, Pelagio, Argentea, Vulfura y Eugenia, muertos bajo la égida de Abderramán III y a Ágata, de la que no puedo precisar la fecha de su martirio. Total. 
    Pero, centrándonos en el tema de las reliquias contenidas en el Arca, limitemos aún más la cuestión: En la lápida colocada en la fachada de la iglesia de San Pedro, figura una relación de los mártires, que, se asegura, están incluidos en la citada urna, cuestión en la que, en algunos casos, no puedo estar de acuerdo. Esta relación, que expongo, enumerada cronológicamente, es la siguiente: Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial, Zoilo, Agapito, Perfecto, Sisenando, Pablo diácono, Teodomiro, Flora, Maria, Natalia, Félix seglar, Cristóbal, Leovigildo, Emila, Jeremías seglar, Rogelio, Servideo, Argimiro, Elías y Argentea. Refiriéndonos a Acisclo y Victoria, hemos de recordar que los restos del primero, se esparcieron por muchos lugares de España, hasta en seis ocasiones, a partir del año 688, hasta 1339. En lo que respecta a Victoria, sólo figura el traslado a Tolosa, en el año 810, de “la cabeza y otras reliquias”. Mucho más revelador resulta el caso de Zoilo, alguna de cuyas reliquias fueron llevadas en el año 630 a Medina Sidonia y en el 851 a Pamplona y, al fin, en 1070, lo que quedara de su cuerpo, sería trasladado a Carrión de los Condes. Sin embargo, a favor de su testimonial presencia en el Arca, a pesar de lo que diga Ambrosio de Morales hemos de decir, que en 1714, sería devuelta a Córdoba, “la canilla de un brazo”, atendiendo a la petición hecha 114 años antes desde Córdoba, donde se deseaba contar con alguna reliquia del santo. Aunque ésta fuera depositada, en principio, en la ermita de San Zoilo, tras la desaparición de ésta, pudiera haber sido agregada al Arca en alguna de las aperturas habidas, a lo largo del siglo XVIII. Los restos de Fausto, Januario y Marcial –verdaderos titulares de la Iglesia de los Tres Santos, hoy San Pedro– han de estar, por pura coherencia, en la sagrada Urna, pero ¿qué restos? Si recordamos su martirio, comprobamos que, tras serles amputados nariz, orejas y labio superior y extraídos los dientes, fueron quemados y los restos que quedaran, fueron pasto de los perros. Poco podría ser recuperado, obviamente. Agapito, aunque figura en la relación que comentamos, es seguro que no fue martirizado y muy dudoso, incluso, que fuera santo. Aunque así lo nombra Antonio de Yepes, Usuardo en su Martirologio, le trata de Venerable y Florez sólo hace mención de que “en Córdoba le veneraban como santo”. Pero, yendo al fondo de la cuestión que tratamos, es casi imposible que parte de sus restos estén en el Arca, pues su cuerpo entero fue trasladado, junto al de San Zoilo, a Carrión de los Condes. Exceptuando a Agapito, por las razones aducidas, concedamos, con todas las suspicacias legítimas y realizando una nueva profesión de fe, que, efectivamente, figuran en el Arca, restos, pocos, de Acisclo, Victoria, Fausto, Januario, Marcial y Zoilo. En cuanto a lo que respecta a los mártires mozárabes, poseemos muchos más elementos de juicio, para poder sentar nuestras conclusiones. La primera de ellas es la negativa a aceptar la presencia de Elías en el Arca, como afirma la aludida lápida de San Pedro, por cuanto este santo, muerto el17 de abril del año 856, junto a los monjes Pablo e Isidoro, tras ser decapitado, fue arrojado al Guadalquivir, desapareciendo su cuerpo, como sucedería también con sus compañeros de martirio. Intentemos un apretadísimo resumen de las circunstancias de la vida y muerte de los 48 mártires aludidos: De ellos, 22 fueron naturales de Córdoba; cuatro, de su provincia; seis, pertenecientes a la diócesis de Sevilla; tres, a la de Granada y uno, respectivamente, nacidos en Martos, Badajoz, Alcalá de Henares, Toledo, Portugal, Francia, Palestina y Siria, no constando el lugar de nacimiento de cuatro más. Todos, menos dos, residían en la propia ciudad o en los monasterios de la sierra y en lugares aledaños, como eremitas. Fueron 38 hombres y 10 mujeres de todas las edades, con evidente predominio de los jóvenes (27). De ellos, 35 fueron clérigos –sacerdotes, diáconos o monjes– y 12, seglares (desconociéndose el estado de uno, Salomón). Cuatro procedían de familia totalmente musulmana; cinco de matrimonios mixtos y tres más, antiguos cristianos islamizados, que volvieron al seno del cristianismo. Todos, excepto dos, Sancho y Argimiro, fueron decapitados, aunque fue dispar el destino de sus restos. Diecinueve mártires, después de degollados, fueron colgados y quemados, siendo esparcidas las cenizas de trece de ellos, en las aguas del Guadalquivir; de los seis restantes, pudieron rescatarse restos de dos, Cristóbal y Leovigildo y una parte de las cenizas de Émila, Jeremías seglar, Rogelio y Servideo. De los seis colgados y arrojados al río, sin ser quemados, sólo fueron recuperados los restos de dos, Rodrigo y Salomón. Uno, Argimiro, fue descolgado del patíbulo y enterrado por los cristianos por especial licencia del emir. Nueve más, tras su muerte, fueron directamente tirados al río, de donde fueron rescatados todos, excepto Amador. Por fin, doce fueron abandonados en el lugar de la ejecución, todos ellos recuperados, menos Abundio, del que San Eulogio en su Memorial de los Santos, dice que “se le expuso a las fieras para que lo devorasen”. Sólo de uno, Witesindo, se desconoce el destino de sus restos. Observamos que los que fueron quemados y arrojadas al río sus cenizas, lógicamente desaparecieron para siempre, lo mismo que sucedió con cuatro de los colgados y arrojados al Guadalquivir e idéntica suerte la que corrieron, uno de los nueve directamente sumergidos tras su decapitación y el único de los doce cuyos cuerpos fueron abandonados en el lugar del martirio. En total, de los 48 mártires mozárabes, 28 pudieron ser rescatados y 20, definitivamente se perdieron. Reduzcamos, ya, nuestra exposición, a los 24 rescatados, sin contar los cuatro representados en el Arca sólo por sus cenizas. Seis no pueden estar en ella por haber sido trasladados fuera de Córdoba, como es el caso de Aurelio y Jorge, llevados al monasterio de San Germán de los Prados, en París, en el año 858; y Félix monje (San Félix de Córdoba en los santorales, al que no hay que confundir con San Félix de Alcalá, mártir homónimo, un año después de aquéI), que también fue trasladado a Carrión de los Condes, junto a Zoilo y Agapito en el 1070 y, finalmente, Eulogio y Leocricia, llevados a Oviedo en el año 883. Un sexto mártir, Luis, fue extraído del Guadalquivir pocos días después de su muerte en el año 855, en Palma del Río, donde quedaron sus restos. Nos queda seguir el rastro de 18 mártires. De todos ellos existe constancia del destino de sus reliquias, que fueron repartidas por iglesias y monasterios de Córdoba. Las Basílicas de San Zoilo, San Acisclo, Tres Santos, San Cristóbal y los monasterios de Peñamelaria, San Ginés de Tercios, Santa Eulalia de Mérida, Cuteclara y Santos Cosme y Damián, fueron los lugares de veneración de estos mártires y de ellos, sólo recalarían en la cripta de San Pedro, según los diversos autores consultados, estos diez: Perfecto, Sisenando, Flora, Maria y Argimiro, procedentes de San Acisclo; Pablo diácono, Teodomiro, Cristóbal y Leovigildo, llevados de San Zoilo y Natalia, de Tres Santos. De los ocho restantes, sólo existe constancia de su primer enterramiento. Antes de seguir adelante, tratemos del caso de Argentea, incluida en la relación de la lápida y no estudiada, por pura razón cronológica, entre los 48 santos mozárabes ya tratados. Esta joven virgen y mártir, hija del caudillo muladí Omar ben Hafsum, degollada en el año 931, en el reinado de Abderramán III, aunque no figura en ningún santoral antiguo conocido, ni siquiera en el Calendario de Recemundo, escrito sólo 30 años después de su muerte, sí es verosímil que pueda estar entre las sagradas reliquias. Aprestémonos ya a extraer algunas conclusiones teniendo en cuenta, por un lado, el recuento de las reliquias existentes en el Arca y, de otro, las posibilidades que nos brindan los textos consultados. Concedamos que, además de restos de los seis mártires hispano–romanos y las cenizas de los cuatro mozárabes aludidos, también se encuentren en ella, los diez recién citados, además de Argentea. Se alcanzaría un número máximo de 21, tres menos de los especificados en la lápida de San Pedro. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de las reliquias, me limitará a considerar los fémures y los cráneos hallados, para intentar determinar, sin intención de dogmatizar, quiénes pueden estar en el Arca. Como veíamos más atrás, existen 20 fémures derechos o restos de ellos identificables, 14 masculinos y seis femeninos y 21 izquierdos, 16 de hombre (uno, hispano–romano) y cinco de mujer. Luego, hay, al menos, seis mujeres, de las que, las cinco siguientes, sabemos que pueden figurar en el Arca. De Victoria, por las razones expuestas y otras, que se han obviado en aras de la brevedad, no pueden existir fémures. Tampoco de Flora y Maria, de las que, únicamente, consta la existencia de sus respectivas cabezas. Dos de estos huesos, sí pueden corresponder, en cambio, a Natalia y a Argentea. Luego nos faltarían cuatro mujeres por localizar. Basándonos también en el número de fémures, en los izquierdos en este caso, hay, al menos, 16 hombres, uno de ellos, hispano–romano. Ateniéndonos a los mozárabes –15– podemos atribuir un fémur, con toda seguridad, a Perfecto, Pablo diácono, Teodomiro y Argimiro, cuyos esqueletos pudieran haber estado completos, e incluso, también a Sisenando (a pesar de haber sido pasto de ratas y perros) ya Cristóbal y Leovigildo (quemados y parcialmente recuperados). Luego, todavía, sobran ocho fémures para atribuir a otros tantos varones. Tomando los cráneos como punto de referencia, hemos visto que existen seis completos y 12 “inequívocos” (macizo maxilar y base del cráneo), y 80 trozos de bóveda para completarlos más que cumplidamente. Total, 18 (seis de mujer y 12 de hombre), de los que, siete, pueden atribuirse a Perfecto, Pablo diácono, Teodomiro, Flora, Maria, Argimiro y Argentea, y tres más, a Sisenando, Cristóbal y Leovigildo, a pesar de los condicionamientos expuestos. Tendríamos diez adjudicados, pero nos faltarían ocho nombres más. Ante esta “ausencia” de mártires, hemos de plantear la siguiente hipótesis, fundada en los textos y tradiciones: Es probable, al parecer, que de la Basílica de los Santos Mártires, en 1275, fueran llevadas todas las reliquias reunidas, a San Pedro o, al menos, en algunos casos, directamente, desde las distintas iglesias en la que, originariamente, fueron enterradas. Esto, pudo suceder perfectamente, con las correspondientes a Gumersindo, Servodeo, Liliosa, Columba, Pomposa, Pedro monje, Rodrigo, Salomón y el cuerpo de Maria. Un total de cinco hombres y tres mujeres, número que nos permite responder a las deducciones planteadas: 1. Los cuatro fémures femeninos que faltaban, corresponderían a Liliosa, Columba, Pomposa y María. Se justifica así, perfectamente, el número de mujeres en el Arca. 2. De los ocho fémures izquierdos masculinos sobrantes, cinco podrían corresponder a Gumersindo, Servodeo, Pedro, Rodrigo y Salomón y aún sobrarían tres. 3. Es lógico y lícito asignar los ocho cráneos que restaban, a cada uno de los mártires últimamente relacionados, exceptuando a María, cuya cabeza ya figuraba en el Arca. Después de toda esta exposición, me atrevería a establecer cinco conclusiones a este estudio. Primera conclusión: En el Arca de los Santos Mártires, existen, no sólo los restos tradicionalmente aceptados, sino también todos los procedentes de las distintas iglesias de Córdoba. Segunda conclusión: El recuento de las mujeres mártires, es perfecto: En el Arca: Flora, Maria, Natalia, Liliosa, Columba, Pomposa y Argentea. Fuera de Córdoba: Leocricia (en Oviedo). Perdidas: Digna, Benilde y Áurea. Tercera conclusión: En cuanto a los varones: En el Arca: Perfecto, Sisenando, Pablo diácono, Teodomiro, Gumersindo, Servodeo, Pedro monje, Argimiro, Rodrigo, Salomón, Cristóbal y Leovigildo. Fuera de Córdoba: Aurelio y Jorge (en París), Félix seglar (en Carrión de los Condes), Luis (en Palma del Río), Eulogio (en Oviedo). Perdidos: Los quince ya conocidos. No se conoce su destino: Abundio y Witesindo. Cuarta conclusión: La relación de mártires, que figura en la lápida de San Pedro, no se ajusta totalmente a la verdad. – Incluye a Elías, que se da como desaparecido. – Cita a Agapito, que no fue mártir, y a Félix seglar, trasladado, como quedó dicho a Carrión de los Condes. – No cita a los mártires que estaban en las diversas iglesias; sólo, a los procedentes de San Acisclo, San Zoilo, uno de San Cristóbal y dos, de Tres Santos. Quinta conclusión: Basándome en el estudio de los restos hallados, puedo afirmar, que existen huesos de, al menos, 19 personas y cenizas de otras cuatro, correspondientes a 23 mártires mozárabes. Haciendo una tercera y última profesión de fe, habría que sumar a este número, los seis santos martirizados en época romana, todos decapitados, con lo que los restos, serían de 29 personas. Sin embargo, todavía faltan los nombres de tres varones más, dueños de los tres fémures izquierdos que nos quedaban por adjudicar, con lo que el número total de personas, cuyos restos reposan en el Arca, asciende a 32. ¿Pudiera corresponder a Zoilo, Agapito, Félix, a pesar de saber con certeza que fueron trasladados a Carrión de los Condes en 1070? No lo creo, por las razones expuestas y alguna más, en la que no puedo ahora extenderme. ¿Deberíamos atribuirlos a los protomártires mozárabes Adolfo y Juan, que sabemos, fueron inhumados en San Cipriano, y a Vulfura, compañero de martirio de Argentea, enterrado en “cementerio desconocido? No existe referencia alguna al respecto y su aceptación, sin más, sería un absurdo intento de cuadrar el círculo... En definitiva, al terminar de escribir este trabajo, fruto de muchas horas de satisfecha dedicación, sólo puedo terminar diciendo de los restos humanos que encierra el Arca de los Santos Mártires, incluidos los de los niños, que no son todos los que están ni están todos los que son.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El enigma de San Rafael

    Nuestra hermosa ciudad esta impregnada por imágenes de San Rafael, son muchos los rincones de nuestra urbe los que esconden a este notable Arcángel, muchos cordobeses creen que el Arcángel San Rafael es el patrono de Córdoba, cuando realmente son los mártires Acisclo y Victoria. San Rafael es el custodio de Córdoba desde que en la Edad Media se atribuyó a su protección contra una epidemia de peste, tras varias apariciones a un fraile llamado Padre Roelas. San Rafael (hebreo: רָפָאֵל, Rāp̄āʾēl) es uno de los tres arcángeles conocidos por nombre dentro de la tradición católica, dado que la referencia al personaje se da dentro del libro de Tobias ó Tobit , los otros dos arcángeles son Miguel y Gabriel. 
     El nombre proviene del hebreo רפאל: Rafa-El, que significa ‘el Dios El ha sanado’ o ‘¡sana, El!’ o ‘medicina de El’ . Actualmente la palabra hebrea equivalente a médico es rofe, conectado con la misma raíz de Rafa-El. En árabe es llamado اسرافيل Israfil.
     Otro milagro atribuido al Arcángel es la intervención en el hallazgo de las reliquias de los Santos Mártires cordobeses cuya urna se conserva en la Basílica Menor de San Pedro de la capital. En unas obras de restauración en noviembre de 1575 se descubren las reliquias de un grupo numerosísimo de mártires de las persecuciones romanas y mozárabes, agrupadas en una "fosa común". Según el testimonio del Padre Roelas, el mismo Arcángel San Rafael autentificó esas reliquias afirmando el origen martirial de los restos encontrados. Posteriormente el Concilio Provincial de Toledo del 22 de enero de 1583 declararon auténticos esos mismos restos.
     En definitiva, nuestro San Rafael tiene su origen en la ciudad de Córdoba a consecuencia de una epidemia de peste bubónica procedente de Sevilla ( por ello la mayoría de las estatuas de San Rafael existentes en nuestro casco miran hacia la ciudad hispalense), se recurrió a este santo y no a otro porque era el adecuado, llamemosle el competente, la medicina de Dios contra la peste que asolaba la ciudad Probablemente el padre Roelas jamas supo la influencia que origino con esta decisión en el pueblo cordobes. Este es el origen y no otro del San Rafael en Córdoba.

martes, 2 de noviembre de 2010

La melancolia de Abderraman III

El primer califa omeya de Córdoba sufrió durante los últimos meses de su vida una enfermedad psíquica llamada “melancolía involutiva” y los cronistas de la época relatan cómo Abderramán III era prácticamente incapaz de hablar sin llorar. 
    Estando en este apesadumbrado estado realizó un balance de su vida y escribió: “He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz (…). En esta situación, he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce”. Ni uno más, ni uno menos.

El aguila de Abderraman III.

    Según Ibn Hayyan, en la Crónica del califa Abdarrahman III an-Nasir entre los años 912 y 942 -traducción de Mª Jesús Viguera y Federico Corriente (pp. 250-251, Zaragoza, 1981), se relata lo siguiente: ” El 1 de mayo de 934 (An-Nasir, es decir, el califa Abderramán III) para mayor vistosidad… multiplicó las formidables, hermosas y valiosas insignias de peregrinas clases en banderas y estandartes, apareciendo en esta ocasión entre sus banderas el águila, que había inventado, pues ningún sultán la tuvo antes…“. 
    En el sudario o mortaja de este mismo rey arrebatado en la batalla de Alhandega, aparece curiosamente un estandarte como este anteriormente citado, lo que nos indica que realmente estamos ante una de las primeras banderas o estandartes que los ejércitos andaluces portaron en sus guerras contra los francos; un pendón verde con un águila en el centro como uno de los primeros elementos identificativos de la soberanía andalusí.